viernes, 29 de junio de 2012

Drácula escapa… del cine

Pocos personajes han inspirado miedo más muerto que vivo como Vlad Draculea (1431-1476), llamado luego Vlad El empalador. La maldad que el príncipe de Valaquia, héroe nacional de Rumania, infringía a sus enemigos sobrecogió a Europa por los siglos hasta la aparición de una novela ficticia basada en esta leyenda titulada “Drácula”.
Con la obra del irlandés Bram Stoker (1874-1912), el conde no sólo recobró la vida (una vez más), sino que se dibujaría una apariencia vista luego en filmes y series de televisión. Esta vez, el despiadado vampiro trasladó su tenebroso reino al Teatro La Plaza de la mano del director Jorge Castro (Lima, 1973). Un reto escénico que despierta al ocultarse el sol.


Hacia lo desconocido
La puesta en escena nos guía entre lúgubres ambientes de Transilvania y Londres. A modo de epístolas sabemos que, a poco de casarse con Mina (Wendy Vásquez), el abogado inglés Jonathan Harker (un buen papel de César Ritter) viaja a Rumania para cerrar un contrato con el conde Drácula (Miguel Iza en un rol ambivalente).
Tras convertirse en prisionero del conde, Harker retorna a Londres, pero sospecha que el vampiro lo siguió para conocer a Mina. En esos días, Lucy (una gratísima aparición de Lizet Chávez), novia de su amigo Lord Arthur Holmwood (sobria interpretación de Eduardo Camino), cae presa de un extraño mal: parece una no-muerta.
Como en el libro, aparecen el doctor Seward (Gonzalo Molina) y Abraham Van Helsing (en un sólido y acertado papel de Roberto Moll, quien retorna a escenarios tras una larga ausencia). El médico holandés –tan infalible y como escéptico– intentará averiguar qué sucede, contraponiendo los límites humanos a los sobrenaturales y desconocidos.



Entre el bien y el mal
Más allá de las exploraciones sobre la eternidad del ser y delirios diabólicos, “Drácula” representa la pugna entre el bien y el mal. Por eso, destaca la sobriedad y contundencia de Moll en el escenario. No obstante, el rol protagónico del vampiro genera sensaciones encontradas. 
Iza, actor de notables cualidades, intenta y logra darle un cariz propio a su “Drácula”. Un trabajo meritorio, si se considera lo exigencia interpretativa y vocal del papel. Como espectador, sin embargo, resulta difícil desligar su imagen de otras imágenes del conde si se ha visto alguna de las más de 60 películas –todo un récord cinematográfico– rodadas  sobre Drácula.
Entre ellas, algunas cintas memorables dirigidas por Friedrich W. Murnau (1922), Werner Herzog (1979) y Francis Ford Coppola (1992). Esta influencia, curiosamente, es percibida en varios aspectos de la obra, y, quizá, sea el único desacierto del trabajo. Por momentos, se sienten pasajes ‘escenificados’ del filme de 1992.


Desde las tinieblas
Pero ¿es factible sorprender a la platea con una historia conocida? Sí. El director Castro controla la duración de la puesta –cerca de dos horas– reemplazando episodios de la historia original por pasajes narrados o breves proyecciones de cine de época, un elemento al que recurrió con singular eficacia en “Astronautas”.
Y para equilibrar la densa narración incluye entre las escenas un sugerente juego de luces y sombras que captura al público. Unas veces, en el tenebroso castillo de Vlad y, en otras, en el manicomio que acoge al desquiciado sirviente Reinfield (una inteligente ejecución de Pietro Sibille).
Se suman muy bien los ágiles pasajes de performance de las draculinas (Kareen Spano, Lita Baluarte y Analí Mujica), dentro de la poética de la puesta. La música de estilo expresionista (compuesta por Pauchi Sasaki) y su escenografía minimalista y sutilmente gótica (diseñada por Camino) redondean la atmósfera de pesadilla.



Crédito de fotos: Yayo López / La Plaza

Ficha técnica
“Drácula”, de Bram Stoker
Dirección y adaptación: Jorge Castro / Asistente de dirección: Vanessa Vizcarra
Actúan: Miguel Iza, Roberto Moll, Wendy Vásquez, César Ritter, Pietro Sibille, Lizet Chávez, Eduardo Camino, Gonzalo Molina, Kareen Spano, Lita Baluarte y Anaí Mujica.
Lugar: Teatro La Plaza (CC. Larcomar)
Funciones: De jueves a martes a las 8pm / Domingos a las 7pm
La temporada culmina el 3 de julio
Entradas: De jueves a domingos S/. 60 (general) y S/. 20 (estudiantes)
Lunes y martes populares: S/. 40 (general) y S/. 15 (estudiantes)

Más información en la web de La Plaza.

martes, 19 de junio de 2012

Metamorfosis juvenil

Hace unas semanas, “Laberinto de monstruos” desempolvó una cajita de recuerdos guardada en 1975. Durante las fiestas patrias de ese año, el gobierno militar viró su rumbo, pero el país, esta vez en manos del general Francisco Morales Bermúdez, seguía a la deriva.
Perú ganó su segunda Copa América a ritmo de valses criollos, aunque en las radios la melodiosa voz de Eduardo Franco, líder de Los Iracundos, solía regocijar los solitarios corazones. Eran otros tiempos.
Y eran otros los muchachos que corrían –y tropezaban– por sus calles en busca de sueños e inquietudes. En aquella Lima de circos y ferias, el dramaturgo César de María (Lima, 1960) sitúa la curiosa aventura de un grupo de amigos que encuentra su primer trabajo.


Identidad escénica
La historia es narrada en dos momentos: en 1975 y 1988. Leo (Fernando Luque) recuerda, a veces, con una voz juvenil y, en otras, con grave adultez, cómo un extraño suceso lo cambió para siempre. Y con él, las vidas de sus camaradas: Danny (Juan José Espinoza), Memo (Carlos Casella Casella) y Fernandito (Nicolás Valdés), el menor del grupo y más ingenuo.
Cierto día, la collera, incluida Jenny (Jely Reátegui), es contratada por el dueño de una feria (Gabriel Iglesias) como los monstruos del laberinto. A pesar del mezquino sueldo, los muchachos aceptan el trabajo sin saber que se acercan a los albedríos de la adultez. Pero, en lugar de superar etapas, buscan una salida rápida y deciden robar la misteriosa maleta del Loco James (Eduardo Ramos).
Es aquí donde los jóvenes son puestos a prueba y su decisión los podría convertir en verdaderos monstruos. Experimentan así una metamorfosis axiológica y emocional. De forma sutil, De María vincula la indefinición de sus personajes con la aspiración trunca de construir la identidad peruana en el convulso año de 1975.


Evocador realismo
“Laberinto de monstruos” posee actuaciones sólidas. Un gran mérito para un elenco debutante: todos son actores recientemente egresados del Taller de Actuación de Roberto Ángeles, quien dirige la puesta. Un montaje con muy pocas desatenciones y pasajes emotivos que no diluyen la acción en la hora y media que dura esta obra.
Otro de los aciertos del “Laberinto…” es que su escenografía fue pensada para ser imaginada antes que expuesta. Al escenógrafo Eduardo Camino –quien trabajó el decorado escénico de “Astronautas”– le bastó disponer unas versátiles cajas decoradas con las ‘Marca Perú’ de la época: los chocolates Sublime, Inca Kola o los desaparecidos refrescos Bimbo.
La musicalización y la coreografía son destacables. La escena de la fiesta del quinceañero –entre valses, salsas y pasos de twist– no deja de ser graciosa y entrañable. Quizá, por eso, para quienes vivieron a plenitud esos años, la propuesta podría resultarles nostálgica y para quienes no (los nacidos en alguna década posterior como yo), sencillamente, podrán disfrutar de esa atmósfera sin sentirla distante o anticuada.


Los monstruos viajan
En un inicio, el elenco de jóvenes actores “Laberinto de Monstruos” se presento en el Teatro Auditorio Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional del Perú. Luego iniciaron sus presentaciones en el ICPNA de Arequipa (1, 2 y 3 de junio) y posteriormente en el Teatro Municipal de Trujillo (8, 9 y 19 de junio).
Este miércoles 20 de junio se presentará esta puesta en una última función especial a las 8 de la noche en el Auditorio de la Escuela Naval La Punta (Calle Medina s/n La Punta, Callao). La entrada es libre.

Crédito de fotos: Carlos Galiano / Laberinto deMonstruos

Ficha técnica
“Laberinto de monstruos” de César de María.
Dirige: Roberto Ángeles.
Actúan: Fernando Luque, Juan José Espinoza, Nicolás Valdés, Carlos Casella Casella, Gabriel Iglesias, Jely Reátegui, Eduardo Ramos, Renato Rueda.

domingo, 3 de junio de 2012

Sacrificios y venganzas

Tras una fructífera temporada, esta noche se despide “Ifigenia y otras hijas” de los escenarios del Centro Cultural El Olivar. Un impecable montaje con alegorías griegas que ha logrado aterrizar en estos tiempos con un mensaje vigente y necesario sobre el libre albedrío –si es que, acaso, existe– en las sociedades modernas, devastadas y reprimidas.
Escrita por Ellen Mclaughlin (Massachusetts, 1957), esta puesta nos sitúa en una zona de conflicto, con hogares destruidos por la guerra y complejos dilemas entre sus personajes que, salvo Orestes, son femeninos. Con tal propuesta, los alumnos de octavo ciclo de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica (TUC) se gradúan de sus estudios y empiezan a brillar en las tablas peruanas.


Los retos de “Ifigenia”
El teatro heleno clásico ha inspirado a Mclaughlin en más de una ocasión. Por ejemplo, para escribir “Ifigenia y otras hijas” la autora recurrió a tres tragedias de Eurípides (“Ifigenia en Áulide”, “Electra” e “Ifigenia en Táuride”), aunque ha realizado adaptaciones propias de “Las troyanas” y “Los persas”.
Quizá, por ello, montarla significó una serie de desafíos para la directora Katiuska Valencia y su entusiasta elenco. Son notables los aciertos al adaptar un texto en inglés, traducido por Alberto Ísola, sin sufrir pérdidas escénicas aún cuando se suele representar “Ifigenia…” en una hora y cincuenta minutos, en lugar de la hora y media exhibida en Centro Cultural El Olivar.
Y es destacado el esfuerzo de los jóvenes actores del TUC para lidiar con una obra escrita el siglo pasado con reminiscencias de tragedias clásicas del 400 a.C. Sus brevísimos y entendibles nervios no fueron obstáculo para construir climas de tensión, escenas de rivalidad –de todo calibre entre Clitemnestra y sus hijas Electra y Crisótemis–, así como diálogos de rencor y separación.



Tragedia presente
Bajo estas condiciones y en una escenografía minimalista y discreta, vemos que Ifigenia ha sido sacrificada por su padre, el rey Agamenón, como ofrenda a los dioses para la guerra de Troya. A raíz de ello, los desvaríos de su madre, la reina Clitemnestra (envanecida y, en apariencia, sin sentimientos de culpa) desencadenan el odio y marcan una fría distancia entre ella y sus hijos.
Hasta un final que reúne a Electra y Orestes, quien retorna de una guerra en la que luchó por obedecer a ¿su patria?, ¿los dioses?, ¿sus convicciones? Es difícil precisarlo ya que, irónicamente, no parece llegar la esperada redención y estos personajes culminan como seres marginales condenados por la sociedad dictatorial, el destino y, por qué no, por sus conciencias.
Varios siglos después, esos sacrificios se han convertido en contemporáneos y cotidianos. Los sufrimos día a día en una sociedad que, sin dioses ni oráculos, ejerce ahora un poder tácito y absoluto sobre nosotros. Y es que la tragedia griega no ha envejecido, sólo se ha redefinido y renovado como el joven elenco que nos presenta esta puesta.



Crédito de fotos: Paola Vera / TUC

Ficha técnica
“Ifigenia y otras hijas”, de Ellen Mclaughlin
Dirige: Katiuska Valencia
Actúan: Claudia Tasso, Elena Cabrera, Natalí Zegarra, Andrea Pajuelo, Gabriela Navarro, María José Quiñones, Fito Bustamante, Kenji Huerta.
Esta noche acaba la temporada en el Auditorio Centro Cultural El Olivar (Ca. La República 455, San Isidro) a las 8pm.
Producción general: Teatro de la Universidad Católica (TUC)