lunes, 23 de abril de 2012

Aquellos buenos tiempos

En la agrietada casucha de “La orgía” las envejecidas promesas asoman como recuerdos grises de épocas mejores. Aquellas vividas alguna vez pero que, al desvanecerse, perduran aún en la memoria como un fugaz escape al presente.
“La orgía”, del dramaturgo colombiano Enrique Buenaventura (1925-2003), recoge esta alegoría pasatista desde la mirada de una anciana. Desde su publicación en 1973, esta obra –una de las más importantes de la dramaturgia de Colombia– no se ha deslucido, sino que reverdece en cada retorno a escena.
Y sucede así con el poético desencanto presentado en el montaje de Butaca Teatro de Grupo. Una alerta para descubrir que, a pesar de la nostalgia, el pasado oculta los fracasos irreversibles que explican el presente: el único lugar en el que es posible edificar el futuro.


El rito de los 30
Cada fin de mes una excéntrica anciana (bien interpretada y caracterizada por Lucero Dávila) reúne a un grupo de vagabundos para recrear pasajes de una vida que se resiste a olvidar. Un poco de comida, licor y un mísero pago es el precio suficiente para convencerlos y evocar, en sus delirios, a príncipes, generales, gobernadores y autoridades eclesiales, hoy lejanos.
Tras discutir por dinero con su hijo, un mudo lustrabotas (Miguel Vergara), la mujer recibe a Jacobo (Martín Velásquez) y Pedro (Herbert Corimanya). Luego llegan un general sin una pierna (Ángel Morante) y un irreverente obispo (Katya Castro). Todos ellos sometidos a un extraño rito de representación que sólo transmite nostalgia y soledad.
Y es la atmósfera presente en cada rincón de su escenografía: muebles viejos, un retrato antiguo y un baúl con el vestuario ocasional para sus invitados. La estética de la pobreza, las luces mortecinas que caen sobre el escenario y los rumores de Caminito, un tango escrito en 1926, bastan para comprender que aquellos días felices finalmente se han ido.


 Parodia de la vida
“La orgía” es una puesta con un realismo metafórico que sobrecoge. Motivados por el hambre o unas pocas monedas, los mendigos se trasforman en títeres que encarnan a políticos, militares o clérigos, personajes signados por apetitos terrenos y condenables. Este juego de ‘Teatro en el teatro’ se enriquece con elementos de farsa, crueldad y humor negro que aporta Buenaventura.
La dirección de Martín Medina y el trabajo de sus actores son impecables. Sobre esa suma se construye un dinámico montaje que intercala secuencias entre la sensatez y el delirio. Por momentos, la anciana, perdida en sus ensoñaciones, es seguida por los vagabundos, pero, al no conseguir su objetivo, la retornan a la cordura, deleitándonos con estampas de crítica social y decadencia moral muy contemporáneas.
Buenaventura entregó a Latinoamérica un texto vigente, aún cuando fue publicado hace unos cuarenta años. “La orgía” se presentará en dos últimas funciones en el ciclo de Teatro Itinerante que recorre las sedes de la Asociación Cultural Peruano Británica y que nos ha regalado una grata muestra escénica de Colombia y, sobre todo, latinoamericana.

Ficha técnica
“La orgía”, de Enrique Buenaventura.
Dirige: Martín Medina López.
Actúan: Lucero Dávila, Miguel Vergara, Martín Velásquez, Herbert Corimanya, Ángel Morante y Katya Castro.
Crédito de fotos: Butaca Teatro de Grupo

Próximas funciones: Mes de abril
Martes 24: CC Británico de San Borja (Av. Javier Prado Este 2726)
Miércoles 25: CC Británico de San Juan de Lurigancho (Av. Próceres de la Independencia 1527)
Hora: 7:30 p.m. El ingreso es libre y la capacidad limitada.

domingo, 15 de abril de 2012

Los ojos críticos


¿Revelar la crítica o rebelarse ante ella? En 1996 el escritor Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) ensayó una respuesta en “Ojos bonitos, cuadros feos”. Una obra corta, de un solo acto, en la que reflexionaba sobre los límites del poder –anhelado y cuestionado– que ostentan los críticos.
Y es en el sobrio montaje del Teatro del Horizonte, dirigido por Luis Enrique Cornejo, que se recrea un inusual encuentro entre un renombrado crítico de arte, que oculta su homosexualidad, y un teniente de la marina. Dos personajes que a simple vista parecen no tener nada en común hasta que descubran lo contrario.


Una noche extraña
Luego de una velada cultural, Eduardo Zanelli (Reynaldo Arenas), conoce a Rubén Zevallos (Luis Enrique Cornejo) y decide invitarlo a su departamento. Mientras conversan el marino observa los clichés con los que Vargas Llosa ha pintado al crítico: columnista de un diario tradicional, de gustos rebuscados, de adjetivos imposibles y que sólo permite los eufemismos cuando él los utiliza.
Sobre el escenario Arenas es un ser todopoderoso, capaz de crear o destruir un nombre en la esfera artística. Frente a sus poses arrogantes y cínicas, el marino aparece pragmático y metódico (bien resuelto en escena por Cornejo), dispuesto a vengarse  del crítico porque su novia Alicia Zúñiga (Jazmín Zevallos), antigua alumna de Zanelli, lo había abandonado.


Crítica a la crítica
El marino reprocha al experto ya que una columna de arte suya titulada “Ojos bonitos, cuadros feos” bastó para que su novia abandonara la pintura, su alegría y ganas de vivir. Del mismo modo, Vargas Llosa desacredita a la crítica que, en su afán por ser objetiva, deriva en una labor despiadada, distante a la naturaleza pasional, sensorial y humana de los artistas. El autor intenta, en un solo acto, abordar qué se oculta detrás de ellos.
Y lo hace para revelarlos y someterlos a las reglas de su propio juego. Es así que Zevallos encuentra los argumentos que convierten al crítico en un ser despreciable, mientras que Zanelli pierde su ‘poder’, justificando sus críticas como una forma de ocultar su amargura y frustración profesional (una fallida carrera de pintor) y personal (sin aceptar su sexualidad).


 Arte por el arte
“Ojos bonitos…” signa su ritmo mientras suena una pieza musical: la última sinfonía escrita por Gustav Mahler (1860-1911). Bien usado, este recurso guía los diálogos entre cálidas frases y acentúa los momentos de mayor tensión. Y están las referencias a los cuadros del pintor holandés y representante del neoplasticismo Piet Mondrian (1872-1944) que parecen flotar bajo la iluminación de esta puesta.
Y son Mahler y Mondrian dos actores con presencias no accesorias en esta obra, una de las nueve piezas dramáticas escritas por Vargas Llosa. Y también es destacar las intervenciones de Jazmín Zevallos, joven alumna de actuación, quien desde su cubículo artístico –en un espacio y tiempos distintos– observa, como observamos todos, el arte entre la ilusión y la desazón.


Colectivo escénico 
Teatro del Horizonte es una asociación cultural cuya finalidad es la promoción, difusión e investigación teatral en nuestro país. Fue fundado el año 2007 por Luis Enrique Cornejo e inició su labor con el montaje “Trances”, escrita y dirigida por el propio Cornejo. Desde entonces estrenaron dos piezas teatrales más: “Los justos” (2009), obra repuesta un año después, y “Nostalgia” (2011).
Su última propuesta “Ojos bonitos, cuadros feos” se está presentando en un imperdible ciclo de Teatro Itinerante que la Asociación Cultural Peruano Británica desarrolla en sus sedes periféricas como una saludable iniciativa para conocer el perfil de dramaturgo de nuestro Premio Nobel de Literatura.

Ficha técnica
“Ojos bonitos, cuadros feos”, de Mario Vargas Llosa.
Dirige: Luis Enrique Cornejo
Actúan: Reynaldo Arenas, Luis Enrique Cornejo y Jasmín Zevallos.
Crédito de fotos: Teatro del Horizonte

Próximas funciones: Mes de abril
Martes 17: Sede San Borja (Av. Javier Prado Este 2726)
Miércoles 18: Sede San Juan de Lurigancho (Av. Próceres de la Independencia 1527)
Miércoles 25: Sede Pueblo Libre (Av. Bolívar 598)
Jueves 26: Sede Surco (Av. Caminos del Inca 3551)
Hora: 7:30pm / El ingreso es libre

martes, 10 de abril de 2012

El ocaso del color

En la naturaleza, la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y la pintura, desde los pinceles de Mark Rothko (1903-1970), era energía. Una muy poderosa y furibunda, que sobre los lienzos alcanzaba tonalidades imposibles, desconcertantes y sobrecogedoras. Una pequeña aproximación de lo que se aprecia en “Rojo”, del dramaturgo y guionista estadounidense John Logan (San Diego, 1961).
Dirigida por Juan Carlos Fisher y montada magníficamente en La Plaza, este montaje despide su temporada describiendo una extraña relación entre el excéntrico pintor expresionista abstracto y su joven aprendiz en las vísperas de la revolución artística de los años sesenta.


 Una obra a trazos
A Mark Rothko (Alberto Ísola) le han encargado pintar unos cuadros para un lujoso restaurante de Nueva York. A su poco iluminado taller acude Ken (Rómulo Asseretto), un aspirante a pintor que lo acompañaría por los siguientes dos años. Se trata de una puesta de un solo acto, aunque dividido claramente en dos momentos.
Una primera colmada de arrebatos y frases pretensiosas sobre el arte. Las de Rothko revelan su personalidad arrogante y ególatra y su amplio conocimiento en pintura, música, literatura, historia y filosofía. Las claves de un pintor desdeñoso que gusta marcar distancia –abismal– con su discípulo.
Las de Ken, en contraste, suenan poco convincentes y lo delatan como un artista inexperto, pero abierto a las nuevas tendencias que Rothko desprecia. Serán estas dos posturas las que guíen la puesta en escena, ofreciendo en el camino una serie de referencias a artistas clásicos, una competencia sobre lienzo y actuaciones correctas.


El dilema de la decadencia
En esa época de transformación Rothko se asume como el ‘arte serio’ –así lo siente– y se resiste al olvido ineludible de catálogos para ceder su espacio a la cotidianidad y simplismo del pop art. Y es aquí, ya en una segunda parte, que se descubren uno de los conflictos medulares de la trama: ¿es el arte una mercancía?
El expresionista abstracto reflexiona si vale la pena el esfuerzo para deleitar los ojos de los comensales acaudalados. Ken rescata la belleza de una lata de sopa y reprocha las actitudes de ‘doble moral’ de quien negó ser “su maestro o su padre”. La pintura –y todo el arte– entra en el dilema de las convicciones del artista y los intereses de un mecenas particular.
Hay muy pocos detalles que reprochar a esta impecable puesta. Su escenografía es realista y el aroma a acrílico seduce, la música fluye entre las suaves luces de galería“Rojo” se despidió esta noche con un saludable récord: localidades agotadas desde hace unas semanas y dos funciones extras. Y dejó un grato efecto en el público que, quizá, esperaba una temporada más larga.


Ficha técnica
“Rojo”, de John Logan
Dirige: Juan Carlos Fisher
Actúan: Alberto Ísola y Rómulo Asseretto.
Crédito de fotos: Hans Stoll y Deborah Valenca

lunes, 2 de abril de 2012

Fin de fiesta

31 de marzo
Es sábado por la noche. En San Miguel, la silenciosa calle San Martín se contagia del bullicio que surge de la colorida casa de Maguey Teatro. Quienes van llegando compran sus tickets para “Micaela”, en una función especial; otros, en cambio, ojean algunos libros sobre dramaturgia peruana puestos a la venta a precios cómodos.
Pequeños episodios del teatro peruano animados por los sonidos de zampoñas andinas y tambores ancestrales que llegaban desde el escenario. Un paso ineludible antes de ingresar a sala: un brindis con chicha de jora y luego descubrir por qué “Micaela”, una pieza teatral escrita por Willi Pinto e interpretada por María Luisa de Zela desde hace veinte años, perdura en cartelera.


En la obra vemos a Micaela: una guerrera eterna, una madre decidida, una incansable soñadora. Un reflejo que dista de sus descripciones históricas y que no ceja ante la represión ni el absolutismo de la Corona. Sobre el escenario simbólico de piedras, fogones, rayos del Sol (Inti) se escabulle en alegría al mecer a su hijo enmantado o se desmorona ante el desconsuelo de ver lejano el día de una patria libre.
Ese día, en Maguey, mientras el planeta apagaba sus luces, “Micaela” encendió velas de esperanza en la imaginación –y en los corazones, creo yo– de los asistentes, entre ellos, los actores Edgard Guillén y Flor Castillo. De Zela entregó energía y vehemencia en una puesta unipersonal que no sufre la fatiga de las repeticiones y, en cambio, reboza en la frescura de un personaje fiero y tierno creado y recreado una y otra vez.



La estética de la escenografía tiene una mención aparte. Sus elementos sugestivos nos conducen a un pequeño huerto en Tungasuca, a las atroces persecuciones y al inminente acecho de la muerte. Un gran trabajo del director Willi Pinto (luces, sonido e ingenio) y una gratísima impresión para quienes, como yo, visitamos Maguey Teatro por primera vez una noche en la que “Micaela” encendió una nueva luz en el escenario.
PD: Recuerdo aquí una frase del director a finalizar la función: “El día del teatro no es solo hoy, sino todos los días”.

27 de marzo
Unos días antes había estado en la Asociación de Artistas Aficionados (AAA) en el Centro de Lima. A las seis de la tarde “El soplador de estrellas”, de Ricardo Talento, apagaba el firmamento a soplidos y desilusionaba a la platea con un dilema sideral. Instantes después, a las siete y media, Teatro Racional presentó “Apego”, de Eduardo Adrianzén.
Esta breve puesta en escena fue el preámbulo a la lectura del mensaje por el Día Mundial del Teatro. En ella, Adrianzén refleja los paralelismos de nuestra triste y feliz historia y, en especial, en aquellos episodios decisivos. La pieza se vale de una mujer embarazada ya mayor (Sonia Seminario en una nueva alegoría del Perú), quien acude a una adivinadora (Robert Sifuentes) para conocer su futuro.



Con total desenfado, la tarotista lanza los naipes al aire mientras tarda en descifrar el destino de su clienta. La mujer se aferra a la suerte como la obstinada ilusión –casi genética– implícita en ser peruano. Quizá espera un futuro prometedor, pero ¿acaso alguna vez los cambios resultaron ser los esperados?
Los ecos de la historia (Laura Núñez) nos recuerdan que no. Eso sucedió en 1821 con la Independencia; en 1883, con Piérola; en 1968, con Velasco Alvarado y continúa sucediendo mientras se decide –como sentencian los analistas políticos en época electoral– si es mejor el cáncer o el SIDA. Todos estos momentos críticos han enriquecido nuestro imaginario y, cómo no, ha avivado nuestro teatro.




Aquella noche Adrianzén estuvo en las primeras filas, imagino, regocijado de ver su puesta en la tradicional sala Ricardo Roca Rey. Estos fueron dos momentos especiales vividos durante la semana del teatro. ¿Se imaginan cuántas anécdotas habrán vivido los teatreros de Lima y de todo el Perú?


Fotos: Maguey Teatro / Luisa Rivas Alvarado